José María Arguedas... hoy se conmemoran 99 años de su nacimiento

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EXPRESO, Lima 19 de diciembre de 1962
Por José María Arguedas
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LA CAÍDA DEL ÁNGEL

Para el primer número de EXPRESO escribimos una columna bajo el título de “El Perú y las barriadas”. Tratamos de demostrar que la invasión de Lima, y de muchas otras ciudades de la Costa, por masas de indios y mestizos, se había producido y continuaría más caudalosamente si no se abrían un camino para la ESPERANZA en la semicolonial región de los Andes. Recordemos la sentencia de Dante colocada a la entrada del Infierno: “El que ingresa aquí debe renunciar a la esperanza”. INFIERNO Y DESESPERANZA SON, PUES, LA MISMA COSA.
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Recuerdo que en aquel artículo insistí en que el hombre que vive en las barriadas está decidido a resistir años de miseria y de agonía y que cuando baja, especialmente a la capital, sabe que ha de enfrentarse a privaciones, hambre y desprecio. Pero que, al fin, podrá encontrar “algún trabajito” y luego ascender, y ascender casi ilimitadamente, si tiene suerte, salud y tenacidad. La lucha es un bien, el más grande bien que le ha sido otorgado al hombre, pero siempre que la lucha no sea irremediablemente estéril e inútil, porque entonces ya no es lucha, es el infierno. Y en casi todos los pueblos de la Sierra, por la especial y anacrónica estructura social que allí rige, la mayor parte de los hombres no tiene derecho a la ESPERANZA.

Hasta hace unos treinta años, en esos pueblos el hombre se alimentaba de un tipo especialísimo de esperanza: las fiestas, el anhelo de desempeñar los cargos políticos. Fiestas y cargos políticos dependían los unos de los otros. Pero con el crecimiento de la población y la reducción incesante de las tierras, extinguen las fiestas y, por tanto, la ilusión de alcanzar prestigio mediante el desempeño de las funciones públicas comunales. La única forma de esperanza que allí iluminaba el porvenir, se apagó. El hombre quedó en la tiniebla, en una infernal tiniebla, de acuerdo con la sabiduría de uno de los más grandes poetas que han existido.

Eso nos explica la batalla de “La Caída del ángel”, y lo que podíamos atrevernos a denominar una singular victoria de la esperanza contra la tiniebla. Las trescientas familias que forman la Asociación de los sin nada y que se organizaron primero en dos instituciones, una llamada “El Milagro” y la otra “La Confraternidad”, que luego se fusionaron bajo el título de “El Milagro de la Confraternidad”, pelearon con sus manos contra tres columnas de policías bien armados, y no fueron vencidos. ¿Cómo ha sido posible semejante hazaña increíble?

Las trescientas familias, entre las cuales hay gentes que proceden de casi todas las provincias andinas y de la propia Lima, habían decidido construir un “barrio modelo” en esa pequeña pampa y quebrada polvorienta, milenariamente secas y abandonadas, jamás utilizadas. La montaña que las protege se llama “La Caída del Ángel”. Manifiesta uno de sus dirigentes que agotaron todos los recursos y peticiones legales para que se les adjudicara esa “quebradilla que para nadie sirve”. Una delgada y casi vieja mujer huanuqueña que dirigió una columna de 120 mujeres en la batalla, dijo en un castellano algo bárbaro: “Yo, llorando; con mi cara y mi ropa en que estaba corriendo mis lágrimas he rogado a toas las autoridades, junto con (nuestra) directiva. Yo he arrodillado delante de los señores, por mis hijitos. Viuda, ¿adónde voy a ir?” ¡Viuda! una palabra española que infunde la más intensa conmiseración y la responsabilidad de auxiliar en las comunidades peruanas.

“Creí que habían matado a mis hijos; tenía que morir yo también y he entrado contra los soldados. No hay, pues, miedo”. Y contó que los niños de cinco años arrojaban piedras contra la policía, que los más pequeños se tapaban la boca con trapos mojados, mientras que las balas tronaban y la policía invadía la pampa, y el polvo inerte se mezclaba con el de los gases. “Sólo queremos esta tierrita o la muerte”, exclamó un hombre joven. La huanuqueña se puso a llorar en la cima de “El Ángel”, al pie de una bandera peruana, mientras el sol terrible no quemaba tanto como los ojos empapados de esa semivieja acerada y seguramente invencible. Porque no se puede vencer a quien está dispuesto a morir en defensa de lo que quiere, de la esperanza.

Y allí está la explicación del triunfo, y del error de las autoridades. A la policía parecer que se le agotaron las balas y los gases. Y está claro que no dispararon a matar, sino una sola vez. Ellos también se defendieron con piedras. Fue una batalla especial, propia del Perú, representativa: metralla, gases modernísimos y, finalmente, piedras brutas por ambos bandos. Las autoridades supusieron que a la primera ráfaga de metralla y el estallido de las bombas lacrimógenas, “esas pobres gentes iban a huir como liebres”. Tal suele sucedes en las manifestaciones, casi siempre. Y lo que, precisamente, según los “invasores”, el uso de los métodos tradicionales, puntapiés a una mujer y sopapos a un niño de cuatro años, desencadenaron el furor de las trescientas familias.

¡Esta es, amigos, una nueva gente!. No se les puede vencer, no es posible, porque no les importa la vida. La única manera de vencerlos es, por lo tanto, matarlos. Y el Perú ja evolucionado ya mucho, como lo testimonia el propio editorial de EXPRESO, para que se aplique ahora el estilo del Coronel Ramírez, que hizo “quintear” a los indios en el panteón de Huanta, mientras la mujeres cantaban en quechua la despedida a los muertos, allá por 1910.

Que el gobierno medite, como lo ha pedido este periódico, acerca de la nueva gente que agoniza sobre el banco de oro. Porque, señores, el banco de oro es para las trescientas familias de “El Milagro de la Confraternidad”, ese trazo polvoriento, muerto de tierras “que nadie aprovecha” de veras, y sobre el cual ellos pueden construir un paraíso. “Haremos un barrio modelo, precioso”, afirma su presidente. Y lo harán, y con más regocijo, con gratitud al Perú y a quienes lo gobiernas si se les da protección y no muerte. ¡La Esperanza brillará con un poder comparable únicamente al flamear de las cuatro banderas peruanas que los invasores han colocado en la cumbre de las cuatro colinas que forman “La Caída del Ángel”. Siempre que, entretanto, se contenga la verdadera invasión, reformando la posesión de la tierra en los andes. Allá también se puede construir paraísos en los mismos sitios en que el infierno se extiende, ahora, señores, como la sombra de un cóndor que trajera el mensaje de la muerte. ¡Donde hubo y podría haber tanta vida y tanta luz de fiestas!


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Milagros Valdeavellano Roca Rey escribió:
Asunto: EN UN NUEVO ANIVERSARIO: ARGUEDAS, FORJADOR DEL PERU MODERNO, por Vicente Otta R.
Para: peruforopaulofreire@yahoogroups.com
Fecha: domingo, 17 de enero, 2010 11:21

Estimo muy conveniente que se trabaje el tema de JMA en el foro como verdadero icono en la formación de la identidad que tenemos como gran tarea, todavía desafiada por muchos aspectos y urgente!!!

Invito a todos los miembros del foro a trabajar alrededor de su persona, obra y sobre todo pertinencia actual, que considero clave y que se ve propiciada y reclamada por los aniversarios de su vida y las necesidades de la conciencia nacional ante un oscuro proceso electoral...

Tengo que aclarar que JMA murió el 2 de Diciembre de 1969 y al cumplirse los 40 años hemos iniciado un período de celebración que quisiéramos contagiar a todo el pueblo peruano y terminar con la declaración del 2011 como año nacional de JMA al conmemorarse el 18 de enero de ese año el centenario de su nacimiento.

PROEPAZ hace un llamado a todos a sumarse en una organización que garantice esta celebración de manera unitaria: hasta ahora solo hay algunos comités en algunas universidades y pueblos pero debemos unirnos, incluso estamos en conversaciones con Idel Vexler que se ha comprometido a apoyar oficialmente y a Editorial Bruño que entra con todas sus fuerzas. Pero necesitamos de los maestros de a pie...y muchas cosas mas.

Agradecemos su valiosa colaboración, hay que celebrarlo en cada aula (por lo menos) y si podemos hacer un evento central para exponer lo mejor de la creatividad de nuestro pueblo que el sabe inspirar.
ARGUEDAS ES DEL PUEBLO Y AL PUEBLO DEBE VOLVER
CONTRIBUYAMOS A FORJAR LA IDENTIDAD NACIONAL


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EN EL CUADRAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS


Escribe Gustavo Gutiérrez
Diciembre 2009

Pocos lugares, en Lima, más apropiado para recordar a Arguedas que El Agustino. José María escribió desde y para los peruanos olvidados y marginales, muchos de los cuales fueron llegando a Lima y ocuparon las zonas periféricas de la vieja ciudad capital.

Vinieron con su pobreza cuestas, pero también con sus valores humanos y culturales, con sus sufrimientos y con sus esperanzas. Muchos capitalinos los vieron con temor, 'nos cambian la ciudad’, decían. José María tenía otra mirada, en un poema a Tupac Amaru, ve, más bien a los nuevos pobladores como “cóndores de inmenso y libre vuelo”, y al mismo tiempo, como capaces de amar “con amor de paloma encantada, de calandria”.

Arguedas habla y cuestiona «entropado», como decía él, comprometido, con lo más pobre y auténtico del pueblo peruano al que supo amar y comprender como pocos. Había vivido en medio de él, «metido en el oqllo [pecho] mismo de los indios». Escribe, para decirlo con sus propias palabras desde las entrañas del pueblo peruano.

Eso es lo que lo hace tan permanente y cuestionador. A 40 años de su muerte lo sentimos tremendamente presente en nuestros días. Cercano a muchos jóvenes que miran hacia adelante, leer a Arguedas nos pone en contacto con un país efervescente e “impaciente por realizarse”. En uno de sus cuentos, un hacendado pregunta a un indio: “¿Eres gente u otra cosa?”. José María defiende la condición de gente de los olvidados del país.

Hay en él un proyecto de justicia y liberación de todo aquello que se niega a reconocer la dignidad humana de un pueblo cargado de historia; lo busca a través de tanteos, pero con honda convicción y amor. La búsqueda fue atormentada, porque fue hondamente vivida en la encrucijada de las marchas y contramarchas históricas de un pueblo. En ese proceso José María intentó recoger los diferentes aspectos de una nación compleja y controvertida. Ese esfuerzo sigue vigente y continúa interpelándonos en un país en que la desigualdad social es tan marcada.

Pero la palabra de Arguedas no se escucha en el silencio, sino –paradójicamente- en medio del bullicio nacional, en medio de los gritos dispares de la gente, en quechua y en castellano, no se oye sino en el coro de los reclamos de un pueblo por sus derechos y en las expresiones de sus alegrías, porque allí buscó estar José María. Esas voces son manifestaciones de vida, hemos nacido para vivir decía con sencillez Arguedas, que no tuvo una vida fácil.

Aunque nos sorprenda, semanas antes de su muerte, escribió a un amigo: “mi fe en el porvenir jamás me falló”. Pese al desenlace de su vida, ésta no fue trunca. José María nos enseñó, para decirlo con otra de sus frases, a chupar el “jugo de la tierra para alimentar a los que viven en nuestra patria".
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