Palabras de Pilar Coll Torrente en el acto de memoria

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16 de diciembre de 2009

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EN LA ENTREGA DEL TERRENO PARA EL MUSEO DE LA MEMORIA
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Ha sido éste, un momento largamente esperado que recibimos con honda satisfacción, al vislumbrar la posibilidad de concretarse el proyecto del Museo de la Memoria, para honrar a todas las víctimas que nos dejó el conflicto armado interno.

Pero me pregunto por qué precisamente yo, he sido invitada a decir unas palabras ante ustedes.

Una razón para esta distinción que agradezco un tanto abrumada, es el hecho de ser miembro del Consejo de Reparaciones a las víctimas de la violencia política, circunstancia que me permite asumir su causa con objetividad y cercanía, sumada a mi trayectoria de defensora de los derechos humanos de larga data.

Quiero afirmar con mucha claridad que el Museo de la Memoria debe ser para todas las víctimas, sin exclusión ninguna. Construir lugares de memoria es un modo de honrar colectivamente a las víctimas e incorporar ese legado a la comunidad, tratando de restañar heridas en una sociedad traumatizada por la muerte, el dolor injusto, la exclusión y la desconfianza.

Un lugar de memoria es forzosamente, una entidad viva que dialoga con el pasado para entenderlo y para entendernos, pero que nos sitúa de cara al futuro, a un futuro fundadamente esperanzado, con pleno conocimiento de los efectos destructivos de los pasados crímenes y violaciones a los derechos humanos y precisamente, para que nunca más volvamos a repetir una situación semejante.

Elaborar la memoria expresa una necesidad humana fundamental como es recuperar la identidad. Un pueblo sin memoria de su pasado, es un pueblo sin identidad. Sólo mediante una memoria compartida, que no pretenda ocultar ni las víctimas ni los crímenes, pero tampoco los actos de valentía y de heroísmo, que también los hubo, podremos enfrentar el futuro con esperanza fundada.

Para que sea posible un proceso de reconciliación, es fundamental restaurar la memoria colectiva. No podemos pasar por alto los hechos penosos, pero hemos de sacar enseñanzas de las páginas oscuras y dolorosas de nuestra historia e ir a las causas que hicieron posible tanto horror y tanto sufrimiento.

Solo es posible iniciar un proceso de genuina reconciliación, desde el reconocimiento y la inclusión de los históricamente excluidos, desde la verdad, la justicia y la reparación integral a las víctimas.

Pero la reconciliación es un proceso complejo y de largo plazo que no pueden llevarlo a cabo sólo los Estados –aunque tienen parte fundamental en el mismo-; se hace necesario también el aporte de todas las fuerzas vivas de la sociedad. El Museo de la Memoria debe ser también un estímulo y una llamada para que este aporte cristalice en una realidad que no admite retrocesos.

Al hablar de las reparaciones, no puedo dejar de hacer mención a la necesidad impostergable de que el Consejo de Reparaciones reciba el apoyo necesario para avanzar en la compleja tarea del la inscripción de las víctimas, condición “sine cua non” para que estas puedan ser reparadas.

Por falta de recursos económicos, el Consejo ha tenido que paralizar sus funciones en los dos últimos meses, algo que resulta a todas luces inadmisible si tomamos en serio los problemas que afectan a las víctimas y a sus familiares que como dolorosamente nos descubrió la Comisión de la Verdad y Reconciliación, en su mayor parte han sido peruanos pobres, olvidados por el Estado y por la sociedad y ausentes hasta ahora de la memoria nacional.

La falta de reparaciones, es otra forma de olvido. Y debe quedar muy claro que las reparaciones simbólicas, aún siendo muy importantes, no sustituyen el derecho de las víctimas a las reparaciones en salud, educación y a otras que puedan aprobarse y a las reparaciones económicas individuales. Son un derecho que la CVR reivindicó para ellas.

Me atrevo a pedir que el Consejo de Reparaciones tenga un espacio en el Museo de la Memoria. Será un modo más de mantenerlo vivo, visitado por todos, incluidas primordialmente las víctimas que dejarán constancia de su terrible pasado y de sus esperanzas de resarcimiento.

Esto no es forzar el sentido de este futuro lugar, puesto que la inscripción en el Registro es ya el inicio formal de una reparación moral y simbólica de primer orden, al reconocerlas como víctimas de la violencia, como lo indican las Recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Personalmente, creo en la enorme fuerza de lo simbólico y las reparaciones no son una excepción. Las reparaciones simbólicas, entre las que se cuenta el proyecto que hoy inauguramos, nos permiten recordar positivamente un hecho traumático y mantener un recuerdo vivo de las víctimas, son íconos que mantienen para todos nosotros, las lecciones del pasado como parte de la memoria colectiva que ayudan a elaborar. Por el contrario, la amnesia es enemiga de la reconciliación porque niega a las víctimas el reconocimiento público de su sufrimiento e incita a los perpetradores a negar los hechos y sus responsabilidades, a la vez que priva a las futuras generaciones de la oportunidad de comprender y de aprender del pasado.

Entiendo que corresponde a la capital de Perú tomar la iniciativa en la gran tarea de la memoria y la reparación, reconociendo que Lima en algún tiempo fue indiferente, se puso de espaldas a la parte sufriente del Perú y no se sintió afectada por el sufrimiento que asolaba una parte de los que también eran y son peruanos.

Como dijera recientemente José de Piérola, ha habido una vocación por la desmemoria en el Perú y es que hay tantos horrores en el pasado reciente de los peruanos que no podemos darnos el lujo de olvidar.

El Museo de la Memoria está llamado a ser un lugar de evocación y recuerdo de todos los peruanos que perdieron la vida a causa de la violencia política que asoló nuestro país en las décadas pasadas, un espacio que borre distancias, fomente el proceso de reconciliación nacional, y sea un aporte a una cultura de paz.

Termino con unas palabras de Martin Luther King al recibir el Premio Nobel de la Paz en 1964:

“Creo, que la verdad y el amor sin condiciones, tendrán la última palabra. La vida, aún provisionalmente vencida, es siempre más fuerte que la muerte.”

Muchas gracias.
Pilar Coll Torrente
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