Homilía del Cardenal Cipriani, 188º aniversario patrio

Oficina de Comunicaciones y Prensa
Arzobispado de Lima
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Excelentísimo Señor Presidente Constitucional del Perú, Dr. Alan García Pérez;
Señor Doctor Javier Villa Stein, Presidente del Poder Judicial;
Señor Doctor Luis Alva Castro, Presidente del Congreso;
Señora Pilar, primera Dama del Perú;
Queridos hermanos obispos;
Miembros del Cabildo;
Distinguidos miembros del cuerpo diplomático;
Dignas Autoridades;
Hermanos todos en Cristo, Jesús:

La celebración de este nuevo Aniversario de nuestra Independencia nos ofrece la oportunidad de reflexionar, en la presencia de Dios, en esta Misa de acción de gracias, sobre el amor a nuestro querido Perú. Lo hago porque siento la necesidad y el deber de cumplir con esta misión en mi doble condición de Cardenal Arzobispo de Lima, Primado del Perú, y ciudadano peruano.

Serví a la Iglesia más de diez años como Obispo en Ayacucho, en momentos en que el terrorismo atacaba cobardemente a nuestros pueblos, desolando a numerosas familias y truncando el porvenir de muchos hombres y mujeres, niños y jóvenes, en su gran mayoría de condición muy pobre. Sin embargo, debo afirmar que hasta el día de hoy, el Perú -la mayoría de los peruanos- no ha sabido agradecer con sinceridad y generosidad a quienes ofrendaron generosamente sus vidas, por devolvernos la libertad.

Han primado la venganza ideológica y el odio, sobre la verdad de los hechos, persiguiendo incansablemente, con abuso, a muchos compatriotas nuestros –especialmente a humildes Ronderos, miembros de las Fuerzas Armadas y Policiales– que abandonados, muchas veces, a su triste destino, miran con dolor -y desconcertados- a la Patria que los vio nacer y que defendieron.

¡Qué peligroso es que la memoria de un país pueda quedar envenenada por el odio, por la venganza, por la desilusión, por las falsas esperanzas, o por mentiras arraigadas! Es necesaria una renovación y una purificación de nuestra memoria. La capacidad de futuro del hombre y de la sociedad dependen de las raíces que tienen, de cómo han logrado acoger en sí mismo el pasado y, a partir de éste, elaborar criterios de acción y de juicio. No habrá reconciliación posible en los corazones llenos de odio y de mentira. Hay que tener la grandeza y el coraje de no dejarse aprisionar por planteamientos ideológicos “políticamente correctos”, que campean en este mundo relativista que se tambalea sin principios éticos firmes.

“Sin el influjo de la moral no puede haber República”, decía José Faustino Sánchez Carrión. Nuestras fuerzas espirituales, hermanos, no siempre han perseverado en la tarea de afirmación nacional. Hay que peruanizar el Perú, esa estima, ese amor a nuestra patria, acentuar la unidad lograda, asentar sobre bases de justicia la convivencia, exaltando los factores que nos congregan Debemos asombrarnos con optimismo de la unidad nacional alcanzada. Sin inútiles nostalgias románticas del pasado, ni ciegos saltos revolucionarios al futuro. “Sólo son fuertes los pueblos que tienen plenitud de esperanza. Mas no esperanza hecha de lirismo enervante y soñador, sino esperanza activa, tensa por la voluntad de destino”[1].

Cada uno de nosotros, lo recordamos en este día de fiesta, debe ser leal, principalmente, al destino de nuestra Patria; no poniendo a nuestra Patria al servicio de las afirmaciones políticas: saber identificarnos siempre con las aspiraciones profundas de nuestro pueblo y luchar con empeño por labrar su grandeza. Cuántas veces hemos cantado con emoción y con gozo: “Tengo el orgullo de ser peruano y soy feliz”, qué mejor ocasión para recordarlo.

Por ello, me permito recordar la figura de Don Miguel Grau “que es para nosotros, un símbolo: símbolo del deber que se cumple hasta el sacrificio y de la vida que se ofrenda por la Patria. Su recuerdo nos evoca un Perú que sabe ser grande, así en la adversidad como en la fortuna”.

Hermanos, en el horizonte americano, estamos verificando en esta última década el resurgimiento de “mesianismos prometedores”, que ya se demostraron enormemente dañinos en la década de los 60 y de los 70. Hoy que festejamos a la patria, no debemos ceder a esta mancha viscosa de una ideología que pretende extenderse por nuestro Continente, queriendo someter con el sucio dinero y la violencia populista, la independencia sagrada de nuestros pueblos. Alertas, que con la Patria no se juega. No sólo están en riesgo la democracia y el estado de derecho, sino algo mucho más profundo, que constituye el elemento esencial de nuestro ser peruanos: la libertad, la dignidad, la honra, el desarrollo real de los pueblos, la lucha contra la pobreza, la memoria de nuestros antepasados, principios irrenunciables. En estos casos, la Patria reclama de todos unidad inquebrantable frente a los intentos de intromisión extranjera en los asuntos internos.

Somos un pueblo que permanece siempre abierto y dialogante con el que venga de buena fe, a colaborar con nosotros en el quehacer nacional; pero implacables y firmes con aquél, sea quien sea, que pretenda desunirnos o disociarnos, en aras de sueños quiméricos que destruyen el desarrollo libre de nuestros pueblos. Un diálogo dulzón y equívoco sólo eleva a los mediocres y entierra los justos anhelos de nuestros pueblos, al manipular la verdad y la justicia. Porque “la democracia es un sistema cuya realización genuina debe compaginar la igualdad con el pluralismo. Y es precisamente en esta difícil articulación donde se juega en buena medida la categoría ética de la democracia y, a la postre, la pervivencia de la democracia misma”[2].

Por todo ello, es necesario el orden y la disciplina que generan la “confianza social”. Los ciudadanos pueden y deben expresar libremente sus ideas dentro del marco de la ley; de esta manera, las normales discrepancias generan un tejido vigoroso de vida social, y las fuerzas democráticas fácilmente superan cualquier dificultad, por grande que sea, y perfeccionan todo lo que es saludable y bueno para la vida democrática del país.

Sin embargo, contemplamos que el racionalismo moderno nos ha acostumbrado a ver la realidad en blanco y negro. Por eso es implacable. Esta actitud del todo o nada es excluyente porque no advierte que casi todas las cosas humanas admiten grados, matices y variedades, que son como el alma de la vida en democracia. El reloj de la historia avanza gradualmente y no a saltos.

Y nos preguntamos, ¿hay una respuesta moral a esta crisis internacional que abarca el mundo entero por una mala utilización de los medios económicos, por una enorme codicia, especialmente en los países llamados más desarrollados?

Para lograr una patria grande y justa es fundamental la confianza. Uno confía en otra persona cuando sabe que el otro busca tu bien por ti, no por él, ni por sus intereses egoístas, cuando la transparencia brilla en la conducta personal.

Por eso, la base natural de una sociedad es la confianza entre sus miembros. La única manera de que crezca la confianza es promoviendo una conducta ética, dirigida por el bien común, que supera el egoísmo de buscar, antes que nada, los propios intereses particulares. Como siempre el imperativo es incrementar la ética de la cooperación sincera en todos los ámbitos: familiar, laboral, empresarial, y en todos los sectores, tanto públicos como privados. “El desarrollo –nos dice el Papa Benedicto XVI- es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común”[3]. No hay motivos para desalentarse. Ante los desafíos, uno se crece, pero por este camino de buscar que esos hombres rectos, operadores económicos, agentes políticos, que sientan en su conciencia la llamada la bien común.

“Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenlo en cuenta. Y el Dios de la paz estará con ustedes”[4].

Hace pocas semanas, el Santo Padre Benedicto XVI nos ha entregado al mundo esa carta encíclica, titulada “Caritas in veritate”, la Caridad en la Verdad, en la que nos presenta reflexiones sobre fundamentalmente dos principios básicos del desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común. Si en la economía de mercado no se incorpora de manera seria y normada la dimensión la ética, no hay tal economía ni tal mercado. Queda un abuso del más fuerte sobre el más débil. La llamada “mano invisible” no lo arregla todo. La economía es de índole social. Por eso, la economía tiene, hoy en el mundo, la gran oportunidad de recobrar su rostro profundamente humano. Su reto actual es mirar a la antropología social y cultural, y especialmente a la ética, que son ciencias que tratan sobre el hombre.

“La organización no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión”[5]. Levantemos la mirada hermanos, el inmediatismo es el mayor enemigo de un desarrollo serio, “la globalización nos puede hacer más cercanos, pero no por eso nos hace más hermanos”[6]. Ese desafío de fraternidad es el que le dará alma a este país grande, no solamente el reparto material, sino esa dimensión más profunda de amor al prójimo, de amor a aquel pequeño, de aquel anciano, no es un factor de producción, sino un ser humano”.

Por eso, “la perspectiva de una vida eterna es necesaria, sino, nos quedamos encerrados en la historia, quedamos expuestos al riesgo de simplemente sumar y restar en ese incremento del tener; y de esa manera, perdemos la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para iniciativas grandes, para esa caridad universal que el tiempo nos exige”[7].

Hermanos, esto no se debe al estado de cosas, no se deriva de la avalancha de acontecimientos y problemas que pueden surgir, sino que está en juego un ideal maravilloso, la necesidad de alcanzar una auténtica unidad. Por eso traemos a nuestra presencia a María, nuestra Madre:

–«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador.»[8]

“Lograr esta meta –hermanos- es tan importante que exige tomarla en consideración para comprenderla a fondo; y movilizarse concretamente con el «corazón», con la fibra, con la ilusión, con el optimismo, con la firmeza, con el amor a la patria, a fin de hacer cambiar los procesos económicos y sociales actuales hacia metas plenamente humanas”[9].

Así sea.

X Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú


Lima, 28 de julio de 2009

[1] Raúl Ferrero, Obras Completas, Tomo V, p. 513.
[2] Alejandro Llano, Ética y Democracia, 1989.
[3] Benedicto XVI, Encíclica Caritas in Veritate, nº 71.
[4] Filipenses, 4,4.
[5] Benedicto XVI, Encíclica Caritas in Veritate, nº 6.
[6] Ibidem, nº 19.
[7] Ibidem, nº 11.
[8] San Lucas 1,46.
[9] Benedicto XVI, Encíclica Caritas in Veritate, nº 20.

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